lunes, 13 de julio de 2015

Breve encuentro entre dos argentinos, un chino y un armenio con hipertiroidismo.

Arrancaba un nuevo día en New York, Chinatown era el punto de partida de lo que iba a ser un largo día de gloriosa caminata. Recorriendo las góndolas de un almacén que vendía mayormente variedades de té y remedios naturales, encontramos una pequeña sedería en el fondo colmada de rollos de telas antiguas. No lo podíamos creer. En una suerte de chinenglish, el dueño nos explicó que originalmente, el local era una sedería y como en los últimos años no había sido un buen negocio, montó un almacén (que tampoco parecía ser muy próspero). Nos dijo que las telas le encantaban y por eso seguía teniéndolas en el local. Inmediatamente empezamos a revolver cual Alibabá entre los tesoros de la cueva. Queríamos llevarnos todo pero era físicamente imposible, así que elegimos cuidadosamente y nos llevamos los metros que entraban en nuestras mochilas. A esa altura habíamos pegado muy buena onda con el dueño que estaba feliz porque habíamos valorado su selección de telas. Mientras ordenaba los rollos, un señor Armenio entró al local y nos preguntó qué remedio recomendábamos para la tiroides. Le dijimos que francamente no teníamos idea. Cómo su vista era mala, nos pidió que le leyéramos los prospectos de todos los medicamentos para la tiroides que había en un estante. La pereza era fuerte, pero al compromiso con nuestro amigo de la sedería era mayor así que terminamos cediendo. Resulta que el señor, era además un poco sordo, lo que puso aún más a prueba nuestra buena voluntad.Finalmente se decidió por uno de los medicamentos, el dueño de la sedería nos agradeció mucho y nosotros terminamos teniendo un conocimiento bastante amplio del tratamiento de esta glándula. Cargados como mulas, caminamos el resto del día hasta llegar al hotel con una contractura diabólica que nos acompaño por el resto del viaje. Pero teníamos nuestras telas, y ¡qué telas!